Macroeconomics

Respuesta a la pregunta ¿Por qué no hay socialismo en EE.UU.?

La pregunta induce una situación que quizá deba ser matizada un poco. La negación categórica de la no existencia de socialismo en EE.UU. debe considerarse en términos político-estatales. Tal vez no haya existido en EE.UU. un régimen político socialista al estilo de Europa oriental en el siglo XX. Sin embargo es importante reconocer que la política económica del socialismo si permeo profundamente las instituciones del Estado norteamericano después de la crisis del 29. Las postulaciones del Keynesianismo así lo evidencian. La noción de Estado de bienestar y la opción política reformista de sectores de los sindicatos orientaron la economía política de EE.UU. hasta la entrada del neoliberalismo y las ideas de von Hayek con Reagan y Tatcher en Inglaterra. En ese sentido, la pregunta fustiga un análisis de tipo mecanicista y fuertemente positivista con características de equifinalidad, e incluso equicausalidad, que restringe cualquier respuesta. La pregunta entonces es la que formula Michaell Mann: ¿Por qué fue tan débil el socialismo?

La pregunta formulada en este sentido nos induce a pensar en una correlación de fuerzas al interior del sistema de partidos norteamericano. El adjetivo “débil” indica inferioridad frente a los tradicionales Republicano y Demócrata. De esta manera uno de los primeros factores que dan respuesta a la pregunta se determina en términos puramente políticos y estratégicos. Es decir que una de la fallas que generan la debilidad del socialismo es su incapacidad para generar alianzas estratégicas al interior de la clase obrera, y más allá la imposibilidad de afianzar un bloque histórico favorable a sus pretensiones políticas. En otros términos: el seccionalismo fractura fuertemente y debilita; y las alianzas con otras clases le son a la clase obrera contrarias en términos políticos. Esto se explica por lo siguiente.

Varios autores coinciden en afirmar que el seccionalismo manifestado en racismo, y en general etnocentrismo influyó negativamente la identidad de clase requerida para la acción política del socialismo. Cuestiones religiosas en los inmigrantes católicos les impedía participar de la agremiación[1]. Pero la afirmación es que como cita Mann a Kraditor: “los inmigrantes sentían más apego a la raza que a la clase”[2]. Salvo la segunda generación de inmigrantes que más tarde se manifestaría[3], cuando ya el liderazgo popular lo encarnaba Roosvelt. Sin embargo en un primer momento, la primera década del XX, ese seccionalismo étnico aunado a otros factores como aspiraciones, y a la constante comparación de condiciones materiales de EE.UU. con Europa, los movimientos socialistas y sindicatos se vieron fuertemente escindidos. Otras divisiones como la de la American Federation of Labor que era partidaria de una organización sindical por oficios acentuaron la imposibilidad de la cohesión para la acción política. Así mismo las organizaciones se encargaron de ahondar el faccionalismo, ejemplos como el de la AFL, demuestran que la política, antes de unir dividía[4]. De esa manera cuando se intentó cohesionar, los esfuerzos se adelantaron con población que de una u otra forma se encontraba imposibilitada para votar[5]. De ahí también se sigue la opción política por el reformismo.

Los propósitos colectivos de orden nacional también encontraron trabas y dificultades de forma. La organización político-administrativa de los EE.UU. confrontó la lucha sindical a una división de propósitos y objetivos. En términos de una lucha contra la represión es necesario advertir que “el Estado que ejecutó la represión no fue un Estado-nación centralizado, sino un Estado descentralizado”[6]. Como tal no hubo coherencia en cuanto a una lucha de contrarios que identificara un estado perverso, oligárquico que debiera ser derribado. E incluso entendido desde la tradición política no se logró que se concibiera al estado norteamericano como violador del pacto, en los mismos términos del pacto con la monarquía Inglesa y por lo tanto debiera revocarse ese poder. En definitiva los diferentes niveles de gobierno: local, estatal y federal, no permitieron un desacuerdo esencial y más bien obligó a la acción social a una fragmentación e imposibilitó cierta unidad a nivel nacional, lo que sería requisito para el triunfo de un proyecto socialista.

Las divisiones no se presentaban exclusivamente al interior de las organizaciones sindicales. El partido socialista como instrumento para la toma de poder siempre dudo en una posible alianza con los sindicatos[7]. En este sentido es que se presenta la dificultad de la organización política para afirmar al interior de la clase cierta identidad. Incluso tras el esfuerzo de la CIO por homogenizar la clase obrera[8] la división con la AFL continuó., lo que se refleja en la pobre participación del voto popular en las elecciones. El ejemplo más significativo se presenta en los comicios de 1912 cuando el partido socialista se presenta en solitario y logra el 6.0 % del voto popular, y un 3.2% de la votación total[9].

Por otra parte es necesario considerar que para haberse presentado un socialismo en EE.UU. se debió requerir de alianzas con otras clases[10]. En este caso la conformación de un Bloque Histórico se vio obstruido por múltiples variables. Por una parte –cabe la posibilidad- el aburguesamiento del proletariado[11], que podría considerarse como una clase media que incorporó rápidamente los valores de propiedad privada y en general los condicionamientos del individualismo en la cultura norteamericana. De esta manera es posible pensar desde el materialismo histórico cómo las condiciones materiales de la sociedad norteamericana impiden la identificación con el discurso socialista[12]. Por otro lado las alianzas con los partidos políticos tradicionales presentaban importantes disparidades en términos económicos: la plutocracia norteamericana -en un sistema capitalista de libre mercado- siempre estuvo aventajada sobre la opción socialista. El poder legislativo en manos de los millonarios, el judicial lo mismo[13], y en general lo público estaba controlado por los capitalistas que incluso contaban con ejércitos privados de los empresarios como “la Pinkerton Detective Agency”[14], que ejercieron fuerte represión contra las opciones socialistas, pues desde temprano se asocio a los militantes radicales como foco de violencia. En suma cabe el aforismo: divide y vencerás.

Con todo, la discusión del socialismo en EE.UU. debe entenderse como la derrota de un discurso político en competencia con otros. Empezando por los elementos propagandísticos propios de la política. La construcción narrativa, de una identidad de clase incitada desde el lenguaje político, pudo ayudar a la configuración de una realidad en la clase obrera, pero de hecho, nunca los obreros se llamaron a sí mismo “clase obrera”[15], decidieron prescindir del poder del discurso y del lenguaje, que es la herramienta fundamental de las ideologías políticas, y las campañas electorales.

Desde luego que la derrota no solamente se da en el campo discursivo. Claro que interviene problemas de tipo represivo. Sin embargo este énfasis centra el análisis en la pobre argumentación retórica del socialismo en EE.UU. Me refiero explícitamente a la incapacidad de elaboración de un discurso de cohesión, que adicionalmente se identificara con los sistemas políticos y económicos dominantes. Es decir que identificara una relación entre cultura política y cultura económica con los principios del socialismo, que finalmente intentara revertir el statu quo y no fuera absorbido por el mismo sistema.

En este aspecto la tesis es que el discurso por ganar votantes en elecciones siempre estuvo fuera de lugar o fue cooptado por los partidos tradicionales. Con frecuencia los terceros partidos en EE.UU. han llamado la atención sobre temas sociales que han sabido incluir en la agenda pública[16]. Sin embargo “la mayoría de los terceros partidos han florecido en una sola elección y luego mueren, se esfuman o son absorbidos por alguno de los partidos grandes”[17], lo que demuestra que sí los absorben los grandes es por que sus propuestas nunca han logrado discutir los temas de interés en EE.UU. por encima de los republicanos o los demócratas. Esta idea se refiere a la experiencia de la guerra y su capacidad de discursiva para cohesionar la población. Desde un discurso nacionalista el capitalismo norteamericano creó unidades artificiales en rededor de la guerra[18], frente a las cuales por orientaciones de Moscú los socialistas se mostraban contrarios.

Podría afirmarse que discursos como el segregacionista, el bélico, el nacionalista, se enfrentaban constantemente al discurso del socialismo. Por ello quizá el socialismo debió optar por vindicaciones laborales solamente. Sí se entra a revisar los programas políticos de la vieja izquierda europea que influyó en la norteamericana es posible poner en evidencia el desencuentro de la ideología socialista con la cultura norteamericana:

1. Fuerte intervención del Estado en la vida social

2. El estado predomina sobre la sociedad civil

3. Fuerte igualitarismo

4. Colectivismo

5. Pertenece al mundo bipolar[19]

Lo que Michael Mann propone como una cristalización liberal-capitalista, encarnada en al sistema judicial defensor de la inversión privada y la sacralización de la propiedad privada[20], demuestra como la política económica del estado no discute el papel del mismo en la sociedad. Y esto se da temprano en el siglo XIX, cuando, como demuestra David Montgomery, la legislación estatal se concentra el desarrollo de una “legislación que facilitara la acumulación e inversión de capital para individuos y grupos privados”[21]. El papel del Estado en Norteamérica se definió desde sus orígenes con los republicanos jeffersonianos a partir de la convicción de que “los acuerdos privados respondían mejor a las necesidades públicas que la acción gubernamental o la de los organismos corporativos”[22], en ese sentido el debate del igualitarismo y el colectivismo no tubo lugar desde principios del XIX. Realmente “lo que puso a los hombre y mujeres del siglo XIX a pensar en el conflicto social en términos de clases antagónicas fue su encuentro con nuevas formas de explotación”[23], cosa que fue rápidamente solucionada con las conquistas laborales y de seguridad social. En este sentido es que debe entenderse la afirmación acerca de que los trabajadores norteamericanos no politizaran su descontento económico, y por tanto no llegaran al socialismo[24].

De ahí el desfase entre demandas socio-económicas política y organización electoral. Francamente los “trabajadores norteamericanos podían creer que el Estado tenia la culpa de su empobrecimiento, pero al contrarío que los rusos o alemanes, no consideraban que la violencia o la coerción legal fueran atributos de un Estado ajeno que debieran derribar”[25]. Es decir que su conciencia no les daba para creer fielmente -como lo exige el socialismo- que el Estado moderno burgués debía ser sustituido por un estado fuertemente intervencionista. Al menos hasta 1930. En conclusión, el problema de las funciones del Estado en la sociedad norteamericana no se discute. Para el periodo cualquier propuesta que intentase modificar el régimen de propiedad y las actividades del Estado no podrían haber presentado coherencia alguna con los principios culturales y la tradición política fuertemente arraigada en el imaginario social.

Bibliografía:

Adams, Willi Paul. Los Estados Unidos de América. México. Siglo XXI. 1989

Bibby, John. Los partidos políticos en los EE.UU. En: Elecciones 2004. Depto. De Estado de los EE.UU. Oficina de programas de información internacional. 2004

Bosh, Aurora. “Estados Unidos en los años treinta: Un socialismo imposible?”. En: Historia Social, No. 11, 1991.

Giddens, Anthony. La tercera vía. Taurus. Madrid. 1999.

Mann. Michael. Las fuentes del poder social. Madrid. Alianza ed.. 1997

Montgomery, David. El ciudadano trabajador. Ed. Instituto Mora. México D.F. 1997

Zinn, Howard. La otra historia de los EE.UU. Hondabirria, Argitaletxe HIRU, SL, 1999


[1] Mann. Michael. Las fuentes del poder social. Madrid. Alianza ed.. 1997 Pag. 828.

[2] Mann. Michael. Las fuentes del poder social. Pag 828.

[3] Bosh, Aurora. “Estados Unidos en los años treinta: Un socialismo imposible?”. En: Historia Social, No. 11, 1991. Pag 44.

[4] Mann. Michael. Las fuentes del poder social. Pag 856.

[5] Adams, Willi Paul. Los Estados Unidos de América. México. Siglo XXI. 1989. Pag 241.

[6] Mann. Michael. Las fuentes del poder social. Pag 849.

[7] Adams, Willi Paul. Los Estados Unidos de América. México. Siglo XXI. 1989. Pag 239.

[8] Bosh, Aurora. “Estados Unidos en los años treinta: Un socialismo imposible?”. Pag 45.

[9] Bibby, John. Los partidos políticos en los EE.UU. En: Elecciones 2004. Depto. De Estado de los EE.UU. Oficina de programas de información internacional. 2004. Pag 6.

[10] La imposibilidad para los acuerdos se generaba desde la hostilidad de la opinión pública que consideraba estos acuerdos como traición.

[11] Adams, Willi Paul. Los Estados Unidos de América. Pag 242.

[12] Si se considera que las condiciones materiales y las relaciones de la producción en una sociedad determinan la ideología o la conciencia de clase, es importante tener en cuenta el nivel de ingresos y el acceso a la propiedad en suelo norteamericano.

[13] Adams, Willi Paul. Los Estados Unidos de América. Pag 220.

[14] Mann. Michael. Las fuentes del poder social. Pag 840.

[15] Mann. Michael. Las fuentes del poder social. Pag 857.

[16] Bibby, John. Los partidos políticos en los EE.UU. pag 5.

[17] Bibby, John. Los partidos políticos en los EE.UU. pag 5.

[18] Zinn, Howard. La otra historia de los EE.UU. Hondabirria, Argitaletxe HIRU, SL, 1999. Pag 321.

[19] Giddens, Anthony. La tercera vía. Taurus. Madrid. 1999. pag 18.

[20] Mann. Michael. Las fuentes del poder social. Pag 842.

[21] Montgomery, David. El ciudadano trabajador. Ed. Instituto Mora. México D.F. 1997. pag 79.

[22] Montgomery, David. El ciudadano trabajador. Pag 19.

[23] Montgomery, David. El ciudadano trabajador. Pag 22.

[24] Mann. Michael. Las fuentes del poder social. Pag 845.

[25] Mann. Michael. Las fuentes del poder social. Pag 845.

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